Hace tres meses dejé de usar Twitter porque hace tres meses dejé de ver boxeo.
Y hace tres meses dejé de ver boxeo porque ya se me hacía absurdo lo que estaba pasando en este deporte que, salvo por contadas peleas, el nivel venía decayendo.
Eso y sumado a las reacciones de quienes forman parte de este negocio.
Una crisis en todos sentidos que vive el boxeo y que todo se condensa en Twitter.
Pero como en mis planes está volver al newsletter diario, y porque El Greatest vive un momento fantástico (que ya lo monetizo), hace un par de días me metí a mi cuenta de, ahora X, y volví a caer en razón del por qué de mi decisión.
Peleas absurdas por redes sociales entre Haney y Shakur; leer las barbaridas y cosas sin sentido de Mauricio Sulaimán que caen en lo descarado; ver la reacción tras el combate somnorífico de Stevenson…
Por cosas así, reiteré que mi decisión de dejar de ver boxeo actual, fue lo más acertado.
Y El Greatest vive un gran momento porque desde hace un par de meses volvió a sus bases totales: hablar de las grandes historias y sucesos que hicieron del boxeo el gran deporte que es, o que algún día fue.
Porque, por ejemplo, mientras Haney y Shakur juegan a retarse en redes sociales, Mantequilla Nápoles apuntaba directamente con el dedo a su rival, en su cara, para decirle que él era el siguiente. O cuando menos le señalaba en la cara a Tito Lectoure.
O como también lo hacía Manos de Piedra Durán.
Pero ahora todo es a tuitazos y en duelos que nunca se cumplen.
Porque los boxeadores tienen un ego muy elevado, al grado, por ejemplo, de que a Shakur Stevenson no le importa mucho que su última contienda haya estado horrible de aburrida (de acuerdo al clamor popular, pues no la vi).
El peleador estadounidense mencionó que nadie obliga a verlo pelear, como si no supiera que el acceso a su pelea era a través de PPV.
Es decir, un espectador pagó por ver semejante bodrio, y al boxeador no le interesa lo más mínimo el espectáculo o bienestar del público.
Y de ahí pasamos a las incoherencias de Sulaimán, peleando contra Boxrec y Ring Magazine, acusando que estas partes están atentando contra el boxeo.
¿A caso no hay alguien que le diga lo cínico que se muestra con esas actitudes?
Así que, reitero, el no ver boxeo actual me ha dejado bastante satisfecho, porque regresé a leer y a ver otra vez lo verdaderamente grande del boxeo.
He estado leyendo las memorias de Carlos Monzón, de Óscar de La Hoya, Azumah Nelson, Roberto Durán, Meldrick Taylor, la vida de Don King…
Volver a repasar las historias de Mike Tyson y Julio César Chávez y ni se diga de que las lecturas de todo lo anterior te llevan a vivir de primera mano todo lo que pasó y te ayudan a entender más a profunidad esos hechos que dejaron huella.
Porque leees lo que ellos vivieron, así que regresas a ver las imágenes de lo sucedido y completas un ciclo.
Y eso para mí vale mucho más que cualquier cinturón o campeón indiscutido que haya hoy en día.
Por eso me alegra estar de vuelta en el newsletter, porque hemos vuelto a las bases y a recordar lo grande que fue el boxeo.
El verdadero boxeo.
Por ejemplo, hoy recordamos por qué Mike Tyson se tatuó al Che Guevara.
Ya sabes que aquí te dejo mi novela corta El guantes de cobre Balbino.
Si lo tuyo es más el Facebook.
Aquí te dejo mi X, aunque no creo usarlo mucho. Pero ahí nos seguimos mutuamente.
Gracias por leer esta edición. Espero tengas un gran día y nos leemos pronto.